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lunes, 6 de diciembre de 2010

Literatura Actual

A partir de 1975, tras la muerte de Franco, se inicio una nueva etapa de la historia de España, en la que las distintas fases de la normalización democrática y de la incorporación de España a la política europea e internacional se sucedieron con rapidez.
Desde que en 1976 se aprobara en referéndum el proyecto de reforma política promovido por Adolfo Suárez, los acontecimientos se sucedieron en lo que se llamó la “transición a la democracia”: se legalizaron los partidos políticos, se convocaron elecciones generales y se celebraron Cortes Constituyentes que dieron como fruto la Constitución española de 1978. España lograba el reconocimiento internacional como estado plenamente democrático, y el año 1985 ingresaba en la Comunidad Económica Europea como miembro de pleno derecho.
El resultado de estos acontecimientos ha sido la plena participación de España en la actividad política internacional y el rápido desarrollo de una sociedad dinámica, acorde con las nuevas tendencias de la cultura occidental.
Habitualmente se toma 1975 como punto de partida para el estudio de las manifestaciones más recientes de nuestra literatura por las importantes repercusiones que los acontecimientos históricos tuvieron en el ámbito de la cultura; pero eso no significa que la labor de los escritores sufriera una brusca transformación a partir de ese momento.
Los contactos con el extranjero y el redescubrimiento de las vanguardias revitalizan la literatura castellana. En los años 60, los escritores y escritoras comienzan a rechazar el realismo social, ensayan nuevas técnicas de expresión y cultivan todo tipo de géneros, aunque, en los últimos años, se observa un retorno a formas literarias tradicionales. La literatura hispanoamericana atraviesa una etapa de esplendor y narradores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, influyen en la novelística española.
Asimismo, las otras lenguas peninsulares (el eusquera, el gallego, y el catalán) irán recuperando su pasado literario después de una larga época de censura. En estas décadas se multiplican los premios literarios y la participación en las ferias del libro, se inicia una etapa de gran vitalidad editorial y, en general, la vida cultural del país se enriquece.




La poesía actual presenta una gran diversidad de corrientes, entre las que domina la llamada poesía de la experiencia.
La poesía de la experiencia se caracteriza por la expresión de las experiencias personales, en un tono objetivo y desengañado, mediante un lenguaje de tono coloquial.
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Lector Activo
 
En la década de los setenta el escritor argentino Julio Cortázar sugirió la existencia de dos tipos de lectores, en cuanto a obras narrativas se refiere: el lector-hembra y el lector-cómplice o lector activo. El lector hembra es aquel lector que no tiene desarrollada convenientemente la capacidad de pensar, de dialogar con el texto; por lo tanto, no logra interactuar efectivamente con el mismo, lo cual trae como consecuencia una comprensión pobre e ineficiente; a lo sumo, una lectura superficial, mecánica. Por su parte, el lector cómplice o lector activo es aquel que siempre está dispuesto a participar activamente en la construcción de la obra narrativa, es aquel que, en palabras de Cortázar, “puede llegar a ser copartícipe y copadeciente de la experiencia por la que pasa el narrador”. Según esta concepción cortazariana de la lectura, el lector cumple un rol fundamental en la construcción y reelaboración de significados. La obra nunca está acabada por completo, sino que precisa de la competencia del lector. Los conocimientos previos, el mundo de experiencias, la manera como cada lector percibe la realidad de su entorno, determina el significado final de la obra, su incidencia humana y social, su trascendencia en el tiempo.

La posición del genial escritor de Rayuela nos conduce a replantear la concepción y la didáctica con que se han abordado en nuestros liceos y colegios el estudio y la enseñanza de la lengua materna y la literatura. En primer lugar, es necesario estudiar la pertinencia de los contenidos propuestos por los programas oficiales de Castellano y Literatura, teniendo como único criterio el establecer si los mismos promueven la formación de lectores verdaderamente críticos; si promocionan la lectura como herramienta insustituible en el desarrollo de aprendizajes significativos, y sobre todo, si acercan al joven al maravilloso mundo de la letras, es decir, a la poesía, la narrativa, el ensayo y la dramática…
Tradicionalmente, la enseñanza de la literatura, en muchos de nuestros liceos y centros de estudios superiores, consiste en la repetición por parte del alumno de datos y estadísticas referidas a algunas obras literarias, casi siempre impuestas por el docente, de modo que “el aprendizaje” se sustenta en el caletre por parte del estudiante de una serie de informaciones, que bien poco promueven la formación de un lector activo.

La escuela, como institución formal de aprendizaje, valora bien poco la experiencia lúdica y de goce estético que aporta la lectura a la vida. Las tareas escolares y el hecho de leer “obligadamente” un texto le restan espontaneidad y riqueza a este acto educativo, convirtiéndolo, en muchos casos, en una actividad engorrosa, rutinaria. Si bien es cierto que la lectura, en el ámbito de la escuela, debe responder a un programa preestablecido y al cumplimiento de las necesarias reglas educativas, no por ello debe constituirse en una camisa de fuerza que prescinda tan abiertamente de los conocimientos previos y las inquietudes propias y naturales de cada estudiante.

Una cuestión que es preciso aclarar en este punto tiene que ver con la relación necesaria entre una lectura espontánea y la debida orientación que el joven necesita al momento de llevarla a cabo. En esta interacción lo criticado en líneas precedentes en cuanto al empleo exagerado de una concepción historicista de la literatura, puede cobrar cierto sentido. Lo recomendable cuando un docente propone la lectura de una obra literaria, es el empleo de una serie de elementos motivadores, empezando, claro está, porque dé a conocer su propia experiencia lectora. Por otra parte, puede apelar a datos y conocimientos paraliterarios que ayuden al joven a entender la importancia de la obra literaria que se le propone leer, su pertinencia social, su valor literario. Además se debe hacer hincapié en el hecho de que el texto narrativo constituye un discurso autónomo en sí mismo; una realidad coherente y vibrante que palpita con vitalidad propia, haciéndonos participes de una dialéctica de la vida, tal y como un paisaje pintado al óleo representa una parte de la realidad, simbolizada y personalizada, sobre un lienzo enmarcado.
                            


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